Tal como ya hemos dicho en artículos anteriores de TERRALIA, al hablar de los orígenes del toro de lidia en nuestra península, en tiempos pasados pastaban manadas de toros asilvestrados (el bos taurus hispanicus), distribuidas por toda nuestra geografía. Los distintos tratadistas y expertos estudiosos del tema no se terminan de poner de acuerdo sobre sus orígenes, sustentándose diferentes teorías. Aunque la más común a todas ellas es que se deben aceptar las tres ramas iniciales, que determinan las agrupaciones navarra, castellana y andaluza, cada una con sus troncos, derivaciones y subramas. Estas últimas fueron provocadas, sobre todo, al establecerse como tales una serie de ganaderos, que comenzaron a criar sus propios productos, tomándolos inicialmente de las zonas cercanas, donde se encontraban libres y salvajes, capturándolos y llevándolos a sus cerrados posteriormente. Luego, tras unas largas tareas de selección y las adecuadas cruzas, llegarían a la obtención del animal que iban buscando, según la finalidad a la que se fuera a destinar, bien para consumo alimentario solamente o bien para los juegos y divertimentos que, posteriormente, darían origen a la lidia.
Los denominados toros castellanos, en opinión de los historiadores que los estudiaron, tuvieron tres variantes, debidas especialmente a sus orígenes. Los de la meseta norte y León por una parte, los de los alrededores de Madrid, zona manchega y parte de la meseta sur y finalmente los del resto de la meseta sudoeste y zona extremeña, terminando éstos últimos mezclados finalmente también con los andaluces. De los primeros ya hablamos en anteriores números de TERRALIA, cuando tratamos con cierto detalle las raíces castellanas de El Raso de Portillo (centrada en la zona cercana a Valladolid) y de la de Díaz Castro-Castrojanillos (más al norte, en León y Zamora). Por tanto, a éstos no los mencionaremos aquí y nos centraremos, en lo que sigue de inmediato, a hablar de los de la meseta sur, así como los de las áreas de los alrededores de Madrid.
&Orígenes y teorías sobre el tronco Jijón
En la región manchega de Villarrubia de los Ojos del Guadiana (Ciudad Real), cerca de los humedales correspondientes a las Tablas de Daimiel, donde según los geólogos nace dicho río, pastaron libres en los terrenos comunales, durante muchos siglos, unos toros colorados encendidos, de capas similares a las ya explicadas de las reses navarras, aunque de mayores proporciones que éstas. Dichas reses comenzaron a ser criadas durante el siglo XVII por la familia Sánchez-Jijón, vecina de dicha localidad. Ésta, al parecer, es una de las causas por la que los toros de este pelaje comenzaron a llamarse jijones, dando así origen a este término taurino, acuñado y adoptado por los primeros cronistas y escritores de toros, como por ejemplo el famoso Peña y Goñi, en el siglo XIX, entre otros. No está claro si fue Gijón ó Jijón, pues inicialmente aparecían escritas indistintamente de ambas formas, aunque finalmente ha prevalecido la segunda.
Mucho antes, los monarcas de la casa de Austria, habían comenzado su afición al ganado bravo, destinado sólo inicialmente a las fiestas que celebraban, jugando a toros y cañas, los nobles castellanos a caballo. A principios del siglo XVII, el rey Felipe III (1598-1621) creó la Real Vacada, recogiendo toros autóctonos de la región y estabulándolos en las grandes fincas que poseía el monarca en el Real Sitio de Aranjuez. De esta forma se mantenían las reses en grandes extensiones de tierra, sin interrumpir sus hábitos y costumbres vitales, intentando retenerlas dentro de cierta libertad, valga la contradicción, al ponerles unos grandes límites de terrenos. Esta es la primera experiencia de explotación pecuaria de toros de lidia de la que se tienen noticias documentadas. Esta Real Vacada se mantendrá en los reinados posteriores de los austrias, e incluso de los primeros borbones, a pesar del rechazo que éstos y los nobles palaciegos de origen extranjero que vinieron con ellos manifestaron siempre a las fiestas autóctonas españolas de juegos de toros. Por esta razón, entre otras, durante el reinado de Carlos III, terminó por desaparecer dicha Real Vacada. Según los datos de que disponemos, que no son muchos realmente, durante los años en que se mantuvo la piara regia no se realizaron en ella cruzas dirigidas, ni selección de vacas de vientre o de machos para sementales, tal como las conocemos actualmente, limitándose sólo al mantenimiento y vigilancia de las manadas en el Real Sitio.
El primer miembro conocido de la familia Jijón, relacionado con el toro, fue don Juan Sánchez-Jijón y Salcedo, intendente del rey Felipe III y el primer encargado de las reses en Aranjuez. Surgen también, en estas fechas, otros nombres de propietarios de reses, los primeros ganaderos de los alrededores de Madrid, todos ricos hacendados, o pertenecientes a la nobleza, con grandes latifundios. Uno de ellos, por ejemplo, es don Juan de Bargas, vecino de Alcalá de Henares, quien ofreció sus toros "de cinco o seis años, para ser jugados en los fastos de la Villa y Corte, caso de que no hubiere suficientes con los traídos desde Aranjuez". También los jugó en el término de Valdemoro, con motivo de las fiestas en honor de la visita a este lugar del duque de Lerma, valido del monarca, quien quedó tan altamente impresionado con la fiereza de estas reses que compró dos de ellas como reproductoras, trasladándolas posteriormente a sus predios zamoranos. Otro ganadero de aquellos tiempos, abastecedor de reses para los festejos reales, fue el regidor del Consejo madrileño don Rodrigo Cárdenas Zapata, natural de Salamanca, donde tenía sus reses. Hay que precisar que los toros de lidia, de los que aquí se está hablando, estaban destinados sólo al toreo a caballo - el único tipo de lidia que se practicaba entonces - para el lucimiento de las habilidades de los caballeros. Salvo las hazañas esporádicas que podían hacer algunos mozos auxiliadores a pie, una vez que los señores habían terminado las suyas. Y en aquellos casos en que sus habilidades eran del agrado de los cortesanos recibían los mozos, como premio, las partes más apreciadas del bovino, para que fuesen consumidas en las posteriores celebraciones de los plebeyos, terminadas siempre con un banquete. Según el premio al que se hacían acreedores, obtenían orejas y rabos como señal o pagaré (en vez de un recibo escrito, ya que la gran mayoría eran analfabetos), para luego poder fácilmente canjearlas en la carnicería por las piezas para consumo de la res correspondiente. De aquí parte la costumbre, que se iría haciendo paulatinamente habitual con la llegada del toreo profesional a pie, de recibir estos apéndices como premio y que, de forma ya sólo simbólica, comenzó a principios del siglo XX y se ha mantenido de alguna manera hasta nuestros días.
Por otra parte, en la zona de Talavera existió la vacada de don Francisco de Meneses y Manrique, que pastaba en el Soto de Piul. Se presentó en 1616 en la Villa y Corte y fracasó estrepitosamente. Debido a ello, no obstante, al año siguiente ofreció sus toros para ser jugados en competencia con otros y poderse sacar la espina. Y los otros toros que entraron en la competición con los suyos fueron los de la Real Vacada y los de don Rodrigo Cárdenas.
Posteriormente, durante el reinado de Felipe IV se encargará de la Real Vacada Juan Martínez de la Higuera, criado de su majestad. Lo que se iba buscando en aquellos tiempos en las reses de lidia era principalmente su fiereza, fortaleza y una incansable acometividad. Como muestra de lo que decimos, se debe mencionar que el valido de su majestad, conde-duque de Olivares, organizó, en 1631, un combate en el interior de una gran jaula. Lucharon un tigre, un león y un oso (a los que se mantuvo sin comer durante cierto tiempo para que el hambre les hiciera aún más fieros) contra un toro de la Real Vacada. Ni que decir tiene que resultó triunfador este último, que dio muerte a los otros tres. Se buscaba así la exaltación del bos taurus hispanicus como la quintaesencia y representación de la superioridad de la raza española, utilizando al animal más genuino de la península como símbolo de ello.
En 1638, se mencionan en algunos documentos las ganaderías de don Gaspar de Valdés (que debió ser muy importante, pues contaba con 120 toros de saca) y la de doña Fabiana, que debió ser tan conocida y popular en esas fechas que ni siquiera aparece escrito su apellido, quedando esta señora como la primera ganadera de la historia de la tauromaquia, la pionera de un gran número de mujeres importantes, criadoras de toros de lidia, que vendrían años después, manteniendo una gran tradición. Mencionaremos también a don Antonio de Madrid Mostacero, que en 1646 tenía reses de lidia en el pueblo de Consuegra y a don Matías de Madrid, en 1654, sin duda familiar del anterior y de la misma localidad toledana. Este último año aparece también el nombre de doña Jacinta María Calvo y Manrique, viuda de don Antonio Maroto, como ganadera de reses bravas y también el de don Blas Jijón, de Villarrubia de los Ojos. Según Cossío, es la primera vez que aparece este apellido ganadero en dicha localidad, aunque con esto último no estemos de acuerdo, por lo que se podrá ver más adelante. En 1657, al nacer el príncipe Felipe Próspero, undécimo hijo de Felipe IV y el cuarto que tuvo con su segunda esposa doña Mariana de Austria, se celebraron fiestas de toros en la Villa y Corte, en las que se corrieron ejemplares de la Real Vacada de Aranjuez y del toledano don Francisco de Reoli.
Algunos estudiosos, como el veterinario del Matadero Municipal de Madrid don Francisco Zaragoza, apoyado luego por su colega Sanz Egaña, afirmaba convencido que el lugar originario de la raza del toro de lidia español está en el valle del río Alcudia, limitado en su parte meridional por la sierra del mismo nombre, al sur de la provincia de Ciudad Real, siendo ésta una de las zonas ganaderas más importantes de nuestro país. Y abundan estos autores en la teoría de que el origen de la raíz jijona, una de las autóctonas y fundacionales y objeto de este sucinto estudio, está en la región manchega, desde donde fueron extendiéndose progresiva y libremente las reses hacia el norte, las Tablas de Daimiel y los Montes de Toledo. De esta manera terminarían estabuladas por la familia Jijón en los terrenos húmedos, pantanosos y salitrosos de Villarrubia de los Ojos, ambientes ideales para el desarrollo del toro de lidia, tal y como se explicó en artículos anteriores de TERRALIA, cuando se habló de los orígenes de las razas navarra y castellana de El Raso de Portillo.
Sin embargo, otros historiadores sostienen la teoría de que los toros de la familia Jijón tendrían su origen en las reses de la Real Vacada de Aranjuez, al donar una punta de reses su majestad Felipe III a su intendente don Juan Sánchez-Jijón, para que sus descendientes pudiesen proseguir con la labor pecuaria. Y así, de esta vacada regia saldrían después los orígenes de la raza fundacional jijona, mantenida durante muchos años más tarde, hasta su desaparición, como se ha mencionado, en tiempos de Carlos III. Sin embargo, el rey Fernando VII, el primer borbón aficionado a los toros, formaría otra Real Vacada, ya en pleno siglo XIX, comprando reses andaluzas de origen Vázquez, al morir su fundador sin descendencia, terminando en manos del duque de Veragua, como se explicó en un número anterior de TERRALIA.
Con la creación de la Real Vacada de Aranjuez aparecerán otros criadores de toros jijones, como Miguel Salcedo, Alvaro Muñoz y el marqués de Malpica, quien ya tenía reses castellanas de El Raso. Este compró ganado en 1760 a don José Jijón, que luego vendió a don Diego Muñoz Vera, quien, a su vez, traspasó una punta de este ganado, hacia 1776, al marqués de Navasequilla, fecha en que también vendió vacas y algún semental jijón a don Manuel García Briceño, de quien derivó la famosa ganadería de los Gómez. El ganado de Muñoz Vera fue heredado por su hijo don Álvaro Muñoz y Sánchez-Teruel y más tarde por los hijos de éste don Diego y don Álvaro Muñoz y Pereiro. Ëste último vendió algunos sementales y vacas a doña Mari Paz Silva, la hija del marqués de Salvatierra. A don Diego le heredó don Gaspar Muñoz, quien vendió luego a don Agustín Salido. La parte de don Álvaro se enajenó al cordobés don Rafael José Barbero. De todos éstos hablaremos posteriormente con más detalle, cuando tratemos las ramas colmenareñas. Baste citar aquí también, en la introducción, finalmente, a don Manuel Aleas, que se los llevó a Colmenar Viejo donde, durante muchos años después, llegaron a adquirir un enorme prestigio, al ser conocidos como toros de la tierra y dando lugar a ganaderías de primera fila en esa zona, a lo largo del siglo XIX, como se verá más adelante. Toros que, por cierto, no sólo se extenderían por Colmenar sino también por Valdepeñas y por toda la comarca de los alrededores de Madrid, comprendiendo las cercanías de las riberas del río Jarama, en la zona que hoy ocupa el aeropuerto de Barajas. Y también por Alcorcón, Colmenar Viejo, Cerceda, Villalba, llegando hasta las estribaciones de la sierra de Guadarrama, cerca de El Escorial. Sólo algunas de estas zonas mantienen, hoy en día, la tradición pecuaria de la cría del toro bravo, como se verá después. Y como puntualización final en esta introducción no conviene olvidar, queridos lectores, que estamos hablando de los toros en los siglos XVII y XVIII donde, aparte de los papeles oficiales de la nobleza o del clero, es muy difícil encontrar documentación adecuada escrita. Hay poca y muy contradictoria de personas, por lo que es mucho más difícil encontrarla de reses. Para corroborar esto añadiremos que Pero Grullo, seudónimo del autor de un folleto publicado en 1846, llegó a decir, muchos años después, que la ganadería de los Jijón, de Villarrubia de los Ojos, era anterior a 1606, o sea, posiblemente antes incluso de que se fundase la Real Vacada de Aranjuez.
&8226; Fenotipo y comportamiento de los toros jijones
Los toros de raza jijona tenían inicialmente gran alzada, largas extremidades, voluminoso esqueleto, ausencia de papada, gargantillos o de cuello de ciervo y eran, según se dice en el lenguaje taurino moderno, montados y hechos cuesta arriba. Esto creaba dificultades a los diestros a la hora de entrar a matar, no solo por su conformación sino también por su poca bravura. Sus encornaduras acarameladas estaban bastante desarrolladas pero, sin embargo, no abundaban los veletos, cornipasos o cornivueltos. A primera vista eran bastos de hechuras, ojos vivos y mirada fiera, aunque sus lustrosas capas coloradas les infundían una especial espectacularidad, sobre todo al aparecer en el ruedo con su típica divisa encarnada encendida, levantando exclamaciones de admiración en el público, aunque suponemos que no así entre los lidiadores. También existían ejemplares negros, castaños y retintos, pero en menor proporción, resultado de algunos esporádicos cruces y en general no presentaban accidentales de otros colores, salvo algún chorreado en morcillo. Su comportamiento en la lidia era de más a menos. De salida provocaban numerosos accidentes, ya que su codicia les hacía perseguir a los toreros, incluso más allá de la barrera, saltándola. Ágiles y duros de patas, eran capaces de ir al encuentro con los montados numerosas veces, creciéndose al castigo, algo muy importante en aquellos tiempos, aunque su fiereza y poder se iban diluyendo durante la lidia, llegando muchos de ellos, tal como se dice ahora, reservones, resabiados y con poco recorrido a la muleta. Había que estar siempre atentos a ellos y darles una buena, adecuada y cuidadosa lidia porque, en caso contrario, se venían arriba y se hacían los verdaderos dueños del ruedo. Ésta, posiblemente, fuese la causa de su paulatina extinción, como veremos más adelante, ya que al faltarles la dosis de nobleza necesaria, para las modas que iban poco a poco imperando en el toreo moderno, terminarían por ser rechazados por las sucesivas figuras del momento, al ir éstas, poco a poco, exigiendo otro tipo de bovinos para la realización de faenas artísticas, solicitadas más tarde por casi todos los diferentes públicos. El dictado cambiante de los tiempos era inexorable y es, creemos, la causa principal de la primacía posterior de los toros andaluces y de la casta Vistahermosa principalmente, que ha llegado hasta nuestros días. Todo lo explicado hasta aquí justifica, de alguna manera, la dificultad de encontrar fotografías de los primeros ejemplares jijones, de los que solo se tienen dibujos y descripciones y no siempre bien detalladas.
&El tronco inicial de los Jijón de Villarrubia de los Ojos
Según los escasos y contradictorios documentos encontrados, en 1598 don Juan Sánchez-Jijón y Salcedo, antes mencionado, ya tenía reses propias en Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real). En 1630 le sucede su hijo don Juan Sánchez-Jijón y Cervantes. Ya no hay noticias hasta 1684, en que aparece el nombre de doña Isabel Jijón-González y Ortega, hija de don Pedro Jijón-González y doña María Ortega Mora. En 1693 encontramos los nombres de don Juan y don José Sánchez-Jijón y Salcedo, al parecer hijos de doña Isabel y en 1743 el de sus sobrinos don José Antonio Pantaleón Sánchez-Jijón Torres y el hermano de éste, don Miguel Sebastián. Como puede deducirse de los repetidos apellidos, las bodas entre familiares próximos, primos y sobrinos carnales, se debieron suceder casi constantemente.
En los primeros festejos reales de los que se tienen noticias documentadas, con la lidia de toros procedentes de diferentes ganaderías particulares ya establecidas, estos hermanos Miguel Sebastián y José Antonio Pantaleón aportan sus ejemplares preferentemente. Y se juegan reses jijonas en la corrida regia celebrada en Madrid, con motivo de la exaltación al trono de Fernando VI. Era el 13 de octubre de 1746. Dice Cossío que la presentación de los hermanos en Madrid es anterior a 1765, sin precisar fecha exacta. Esta información encaja con lo antes mencionado. Estos hermanos, al parecer, no se llevaban muy bien y constantemente estaban pleiteando, terminando por separarse con acritud, quedando solamente Miguel Sebastián, el menor, con la titularidad de la piara, al ganar este derecho en los tribunales. La presentación en Madrid de los toros de Miguel Jijón en solitario no se conoce con exactitud, aunque Cossío la sitúa anterior a 1775. De lo que sí se tienen noticias es de la presentación de sus toros en Sevilla, en 1784, con la divisa encarnada que los caracterizaba, estoqueados a pie por los toreros locales Pepe-Hillo, Manuel López y Juan Garcés. José María de Cossío, en su extensa obra "Los Toros", da noticias de que una tal Elena Jijón debutó en Madrid el 1 de julio de 1776, pero sin precisar nada más. Según algunos autores, doña Elena Jijón estaba casada con don Benito Torrubia y era hija de Miguel Sebastián Jijón. Y vía Torrubias llegarían los toros jijones a don Manuel Aleas López, cuando los trasladó a Colmenar, aunque otras informaciones afirman que la rama jijona de los Aleas procede de los de Valdepeñas. No obstante, hablaremos de todo esto con más detalle cuando tratemos las ramas colmenareñas. Sin embargo, según otras informaciones, Miguel Sebastián Jijón se mantuvo soltero toda su vida por lo que a su fallecimiento, en 1791, le heredó su hermano José Antonio Pantaleón, casado con su sobrina doña Leonor del Águila y Bolaños, natural del toledano pueblo de Consuegra y 50 años más joven que su esposo. José Antonio Pantaleón Sánchez-Jijón y Torres, en solitario y a su nombre, ya muy anciano, consiguió por fin estrenar sus toros en Madrid el 28 de abril de 1794, en la plaza de la puerta de Alcalá, en una de las primeras corridas organizadas después de la prohibición de 1788 a 1793. Se tienen noticias de que vendió reses jijonas a Julián de Fuentes "El Indiano" y posteriormente a don Anastasio del Amo. Fallecería en 1802, heredándole su esposa doña Leonor, quien a su vez tomaría antigüedad el 20 de julio de 1803 y se casaría inmediatamente con su primo carnal, tras la oportuna dispensa eclesiástica, don Bernabé del Águila y Bolaños, vecino también de Villarrubia de los Ojos. Éste ya era tenía experiencia anteriormente de ganadero de bravo, al haber comprado la vacada que perteneció a don Diego Muñoz y Pereiro, también de origen jijón, reses que aportó al casarse, dedicando sus esfuerzos desde entonces a mejorar la calidad de su piara.
&8226; Derivación del tronco Jijón: Bernabé del Aguila - Manuela de la Dehesa - Manuel Gaviria
Don Bernabé del Águila estrenó sus toros jijones en Madrid, el 30 de septiembre de 1810, tras levantarse otra prohibición de las corridas decretada por el rey Carlos IV (que esta vez abarcó desde 1805 a 1808), para agasajar a los invasores franceses. Aunque hay pocas noticias, podemos asegurar que participaron en ella tanto el gaditano de Chiclana Jerónimo José Cándido como el sevillano de Utrera Curro Guillén.
No tuvo mucho tiempo don Bernabé la ganadería, pues las noticias de que disponemos indican que en 1821 ya vendió parte de sus reses a don Pedro Laso Rodríguez y un año más tarde, en 1822, se desprendió de la misma, enajenándola a la viuda del ganadero madrileño Pedro Bringas, doña Manuela de la Dehesa y Angulo. Ésta señora era también villarrubiera y prima de doña Leonor del Águila, la esposa de don Bernabé, quien incorporó la divisa encarnada y escarolada y más tarde, en 1831, la cambió a encarnada y celeste. Se estrenó doña Manuela en Madrid el 10 de octubre de1822. Pero como no era muy aficionada a la crianza de ganado bravo, en 1833 vendió una parte escogida de su vacada al sevillano don Manuel Gaviria y Moreno-Morón, personaje muy importante e influyente en la corte de Fernando VII y del que ya hablamos, de pasada, cuando explicamos la adquisición de las mejores reses vazqueñas, por este monarca, en un número anterior de TERRALIA (el primero dedicado a la raíz de Vicente José Vázquez). Recordemos que allí se decía cómo cruzó sus reses jijonas con las vazqueñas y cómo se consiguió posteriormente recuperar las vazqueñas puras, gacias a los esfuerzos del duque de Veragua, quien mantendría una gran rivalidad ganadera con Gaviria durante toda su vida.
Don Manuel Gaviria ya tenía, desde 1821, la ganadería que compró a don Vicente Perdiguero, vecino de Alcobendas quien, según Cossío, había ya lidiado en Madrid entre 1796 y 1799. Y don Manuel se estrenó con estos toros en Madrid el 5 de agosto de 1822, con una divisa encarnada y verde, que cambiaría más tarde a azul celeste. Cuando Gaviria, en 1833, compró las reses jijonas a Manuela de la Dehesa, estuvo usando la divisa encarnada de los Jijón. A don Manuel Gaviria le fue otorgado el marquesado de Casa Gaviria en 1840, por lo que a partir de esta fecha anunció sus toros como del marqués de Casa Gaviria, debutando como tal en Madrid el 13 de agosto de ese mismo año. Posteriormente, en 1851, se le concedió también el condado de Buena Esperanza. Su hijo, don Manuel Gaviria y Alcoba, le heredó pero, al no ser éste muy aficionado a las labores intrínsecas de la crianza y selección de reses bravas, fue paulatinamente decayendo la calidad de éstas. Mantendría, de todos modos, aunque con grandes dificultades, la ganadería hasta 1858, en que enajenó una parte a la señora viuda de Mazpule, a quien ya mencionamos al tratar de la raíz castellana de El Raso de Portillo, en un número anterior de TERRALIA. El resto de su vacada terminó, unos meses después, en poder del torero natural de Béjar (Salamanca) Julián Casas "El Salamanquino", entonces todavía en activo y muy querido y popular en Madrid. Aunque era vecino de la capital, trasladó la ganadería a sus tierras charras. Hacemos un alto aquí. En el próximo capítulo seguiremos esta derivación jijona.
Un toro importante de Gaviria fue Estrellaíto, lidiado en Madrid el 15 de agosto de 1841, que infirió una cornada grave al sevillano Antonio de los Santos. Posiblemente el ejemplar más representativo de Gaviria y la casta jijona fue Bonito que, jugado en Madrid el 2 de junio de 1851, tomó veinte varas y fue muerto de una gran estocada por el famoso diestro gaditano de raza gitana Manuel Díaz Cantoral "El Lavi". Otro buen toro fue Archivel, lidiado en Madrid como del marqués de Casa Gaviria, el 5 de mayo de 1851. Tomó diecinueve varas de dos picadores legendarios, el gaditano de Jerez de la Frontera Juan Martín García "Pelón hijo" y del sevillano José Trigo. Citemos finalmente a Sabandijo, retinto oscuro, lidiado en la Villa y Corte, por el diestro madrileño del barrio de la Arganzuela Cayetano Sanz, el 11 de julio de 1859 y que fue 16 veces al encuentro con los montados.
Por otra parte, doña Manuela de la Dehesa vendería en 1841 el resto de su piara al madrileño don Manuel de la Torre y Rauri, quien mantendría la divisa encarnada y escarolada inicial de doña Manuela y posteriormente la adquiriría el también madrileño don Justo Hernández, que ya poseía antes reses andaluzas, de origen Vistahermosa, del sevillano de Alcalá del Río don Fernando Freire Rull y al que volveremos más adelante, cuando estudiemos con detalle la raíz vistahermoseña. Pero eso, amigos, será en otro número posterior de TERRALIA.