Orígenes y formación de la ganadería
Vamos a intentar explicar cómo se inició esta familia en la crianza del toro de lidia. En los años que siguieron en España tras finalizar la guerra de la Independencia, contra las tropas invasoras francesas napoleónicas, se comenzaron a producir una serie de migraciones de la población, dentro del propio territorio, casi todas en busca de fortuna, que terminarían por configurar, a lo largo del siglo XIX, las distintas clases sociales y el caldo de cultivo de las nuevas ideas que darían lugar después a cruentos enfrentamientos. Esto, que ocurrió en toda Europa, tuvo un acento muy especial en nuestro país, donde sólo unos pocos ilustrados habían podido llegar a comprender la importancia que podían tener (y que luego tendrían, en realidad) en toda Europa las ideas liberales de la Revolución francesa que, en su lema de "libertad, igualdad y fraternidad", ponían al alcance de quien se lo propusiera poder obtener una mejora de su posición social, sin tener en cuenta los orígenes, por muy modestos que fuesen. Algo que anteriormente era casi impensable. Era el paso a la modernidad, desde las creaciones artesanales de unos pocos hacia las industrias aún embrionarias y casi siempre familiares, para poner al alcance de la mayoría todo tipo de bienes de consumo.
En nuestro país, como se ha dicho, muchas familias emigrarían en esa época, cambiando de residencia. Una de ellas sería la de don Juan Miura, oriundos vascos que terminarían asentándose en Sevilla. Para confirmar esta teoría se dice, aunque no existen muchas pruebas de ello, que uno de los primeros Miura conocidos fue un tal Martín Miura Iturralde, natural de Fuenterrabía, a mediados del siglo XVII. Al parecer, los que han podido estudiar temas heráldicos hablan de que hubo vascos y navarros conocidos como Miura, Mihura y Mioura, con la posibilidad de que su origen fuese común, ya que los errores caligráficos eran muy frecuentes en aquellos tiempos, incluso en los documentos oficiales. Y se dice que también hubo Miuras y aún siguen en Sudamérica y en el sur de Francia. Además, en Japón, el apellido Miura es bastante común. Incluso una playa japonesa se llama así. De ello pude tener noticia hace unos años, cuando se proyectó el cable submarino intercontinental más largo del mundo entre Inglaterra y Japón, recorriendo el océano Atlántico, mar Mediterráneo, mar Rojo, océanos Índico y Pacífico y finalizando en Miura (Japón).
Las primeras noticias que se tienen de don Juan Miura Rodríguez son del siglo XVIII, como propietario de una importante industria sombrerera ya asentada en Sevilla, que tenía el taller en la plaza de la Encarnación y el despacho en la calle de Sierpes. En aquellos tiempos el sombrero era una prenda fundamental en el vestir, independiente de la categoría social de que se tratase, costumbre que se ha mantenido hasta mediados del siglo XX, algo que desde entonces ha ido cayendo en desuso. De la importancia de la industria de don Juan da fe el hecho (relatado en los "Anales de la Plaza de Sevilla", por el marqués de Tablantes) de que en una corrida extraordinaria, celebrada en la capital hispalense el 17 de septiembre de 1832, a propósito de la visita del Infante de España don Francisco, la Real Maestranza de Caballería realizó una serie de gastos para homenajear a su ilustre huésped. Uno de ellos consistió en la adquisición de nuevo vestuario para toda la servidumbre. Y los sombreros fueron suministrados por don Juan Miura, al precio de 120 reales cada uno.
Este detalle puede dar una idea de la importante posición que llegaría a tener este acaudalado industrial sevillano, uno de los primeros en España que importó maquinaria para automatizar algunas de las tareas de la fabricación, que antes era manual. Además, como todo propietario próspero, comenzaría a diversificar sus bienes y llegaría a adquirir, entre otros, una punta de ganado vacuno para carne y leche a Antonio Cáriga, que mantenía en unas fincas arrendadas en las afueras de la capital.
El hijo mayor de don Juan se llamaba Antonio Miura Fernández, había nacido en 1826 y estaba avocado a heredar la dirección de la industria de su padre. Por ello, éste consideró que el mejor aprendizaje sería hacerle pasar por las distintas etapas y especialidades del oficio de sombrerero. Y así, dio instrucciones a los jefes de cada departamento de tratarle sin ningún tipo de ventaja, aunque fuera su hijo. Y a ello se aplicó el joven, comenzando incluso con el más insalubre, el del horno para hacer la pasta para sombreros, siguiendo luego por todos los demás. Pasado un tiempo, el encargado le presentó a don Juan un sombrero recién terminado y le preguntó qué le parecía. Tras examinarlo cuidadosamente llegó a la conclusión de que era uno de los mejores que se habían hecho en su casa. "Pues lo ha hecho el señorito Antonio, con sólo dieciséis añitos", le contestó. Tras poco más de dos años de trabajo en la industria paterna casi se le podía considerar ya un maestro sombrerero, a pesar de su enorme juventud. Esto demuestra la gran inteligencia innata de Antonio Miura, lo que se podría constatar más adelante, aunque en otro oficio completamente distinto, como sería el de la crianza de reses de lidia.
Pero a pesar de haber alcanzado ya la maestría, a Antoñito no le atraían los sombreros. Se pasaba todo el tiempo libre, en que podía escaparse, admirando el ganado de su padre en el campo, ganado vacuno manso, con la marca de Cáriga, como hemos explicado. Don Juan se mostró orgullosísimo de su trabajo y felicitó a su hijo por el magnífico sombrero que había fabricado. Cuando le quiso premiar por ello y le preguntó qué es lo que deseaba como recompensa, Antonio le respondió a su padre de forma contundente: "Algo de ganado propio y una pequeña finca donde cuidarlo". Don Juan comprendió rápidamente que la vocación de su hijo no iba por los sombreros y como su felicidad era su principal interés accedió gustoso a su petición. Pero, además, le propuso que en lugar de ganado manso, similar al que ya poseían, fuese éste sustituido por reses de lidia, algo que en aquellos tiempos comenzaba a ser una profesión emergente y de prestigio entre la gente acomodada y con ciertas posibilidades económicas. Acogió Antonio esta sugerencia con enorme alegría y así, de esta manera tan simple, es cómo los miembros de la familia Miura comenzarían su andadura como criadores de reses de lidia.
La primera compra de ganado de sangre brava la hizo don Juan Miura el 15 de mayo de 1842, adquiriendo 220 vacas a Antonio Gil Herrera, vecino de La Rinconada, quien se encontraba ya muy enfermo, de tal forma que once días después fallecería. Se supone, aunque no hay datos de ello, que con las vacas debieron llegar también algunos sementales del mismo hierro, aunque otros autores dicen que, en realidad, las echaron a algunos machos de Alvareda. Muchas de estas hembras estaban con rastra y su sangre procedía de los Gallardo, de El Puerto de Santa María, otra raíz fundacional que estudiaremos más adelante, aunque otros autores la junten con la de Cabrera, al mezclarse posteriormente en su evolución. No lo consideramos nosotros así, pues ya dijimos que para hallar una raíz fundacional buscamos hacia atrás, hacia sus orígenes.
El joven Antonio encuentra pronto un cortijo con una estupenda finca a muy poca distancia de Sevilla, en el término de Carmona, adonde traslada las reses. Allí comienza a realizar una rigurosísima selección de todas las hembras, tras los partos iniciales, lo que durará unos cuantos años. Tan exigente será dicha selección que la mayoría de ellas terminarán siendo vendidas a precio de carne, para alimentar a los marineros de la escuadra inglesa, fondeada largo tiempo en Gibraltar en aquella época.
Enseguida, Antonio tiene que marcar los primeros becerros paridos y para ello debe adoptar un hierro. Y lo primero que le viene a la mente son las reses mansas que tenía su padre y que tanto le habían entretenido de pequeño. Ellas habían sido las causantes de poder encontrar su verdadera vocación, como se demostrará más adelante, algo que no pueden decir la mayoría del resto de los mortales, ya que muy pocos han podido trabajar y ganarse la vida en aquello que verdaderamente les apasiona. Y en homenaje a Antonio Cáriga adoptará un hierro en forma de una A con dos C laterales como si fuesen asas, basado en el antiguo de éste, consistente en una A y una C entrelazadas. Esa es, al parecer, la única razón de la A mayúscula con las asas de este mítico hierro, que perdurará invariable a lo largo ya de tres siglos.
Y en cuanto puede y tiene ocasión, comienza Antonio a lidiar machos en festejos menores, siempre a nombre de su padre, aunque él dirija todas las operaciones. Esta primera etapa la culmina corriendo algunas reses suyas en la primera de las tres novilladas extraordinarias celebradas en Sevilla, el 15 de agosto de 1846, con motivo de las dos bodas reales, el de la reina Isabel II (con su primo don Francisco de Asís y Borbón) y el de su hermana, la infanta María Luisa Fernanda (con don Antonio María, duque de Montpensier, segundo hijo de Luis Felipe, rey de Francia), que se celebrarían en Madrid el 10 de octubre de ese año en una misma ceremonia. Los novillos, anunciados a nombre de Juan Miura, lucieron ya el nuevo hierro y una divisa verde y encarnada, que sería finalmente la que se ha mantenido como definitiva, aunque con las salvedades que más adelante explicaremos.
Hay errores de fechas, recogidos por algunos tratadistas, en la que se dice que lidió en La Maestranza en 1949, cuando en los Anales del marqués de Tablantes, al que ya nos hemos referido, se explicita claramente que ese año, debido las obras de remodelación de la plaza, no hay noticias de que se celebrase ninguna corrida.
Sin embargo, la fecha que está perfectamente documentada es la del lunes 30 de abril de 1849, día en que se presentará con dos de sus reses en Madrid. Esa tarde se anuncia la tercera media corrida de la temporada, con la lidia de dos toros del marqués de Casa Gaviria, dos del sevillano Luis María Durán y otros dos de don Juan Miura, que los estrenaría en la plaza de la Puerta de Alcalá con divisa verde y negra. El cambio de divisa sería debido a que los toros de Gaviria, con más antigüedad, ya usaban desde siempre la verde y encarnada. Los picadores titulares del día del estreno fueron Juan Martín y Antonio Lemus y los matadores oficiales eran Manuel Díaz "El Lavi", Julián Casas "El Salamanquino" y Cayetano Sanz. Decimos lo de oficiales porque además se anunció la posibilidad de que también actuase "Curro Cúchares", si es que llegaba a tiempo. Y así fue, por lo que éste mató el segundo de la tarde y estuvo muy activo en el resto de la lidia de los otros. Julián Casas sería el que pasaría a la historia como estoqueador del primer toro de Miura lidiado en Madrid, según se ha contado en los periódicos de la época. La corrida resultó buena en su conjunto, perecieron catorce caballos y la plaza presentó una gran entrada con lleno aparente.
Este prometedor arranque animó mucho, tanto al padre como al hijo, para seguir con la ganadería de bravo. Y a los pocos meses, exactamente el 26 de julio de 1849, se firma el contrato de venta de 200 hembras y 168 machos de José Luis Albareda (de El Puerto de Santa María, Cádiz) a Juan Miura, con lo que el hijo de éste ampliará su vacada, que se había quedado muy mermada tras las selecciones rigurosas que antes hemos descrito. Albareda era un importante personaje de la época, dedicado especialmente a la política (propietario del periódico "El Contemporáneo" y afiliado al partido monárquico isabelino), pero también era propietario de ganado de lidia (aunque éste no le interesaba demasiado) y tenía una parte de sus reses en sociedad con Pedro Echeverrigaray, también procedentes de los Gallardo, es decir, tenían la misma raíz que las iniciales.
Poco tiempo después, el 29 de octubre de ese mismo año, vuelve a lidiar en Madrid otros dos toros, junto con dos jijones de Gil de Flores, de Viana (Albacete) y dos del también sevillano Plácido Comesaña. En esta ocasión los picadores fueron José Trigo y Bruno Azaña y los matadores "Curro Cúchares", "El Salamanquino" y Manuel Arjona, el hermano de "Cúchares". Los dos toros a nombre de Juan Miura lucieron esta vez divisa encarnada y lila, aunque los de Gil de Flores lo hacían con anaranjada y los de Comesaña con encarnada y negra. Pero esta vez la corrida no resultó tan buena como la primera sino todo lo contrario y además hubo poco público.
En su tercera comparecencia en el coso de la Puerta de Alcalá, volvería a cambiar la divisa, luciendo ahora la encarnada y negra, distinta a las dos anteriores. Esta tercera aparición sería unos meses después, el jueves 11 de abril de 1850, en la tercera de la temporada. Una corrida especial, que se tenía que haber celebrado el lunes 8, pero que se tuvo que suspender debido al diluvio que cayó ese día sobre Madrid. Y decimos especial porque se lidiaron ocho toros de distintas ganaderías en competencia, el último de ellos de don Juan Miura. A este toro lo picaron Juan Álvarez "Chola" y Francisco Puerto. Los matadores fueron Francisco Montes "Paquiro" (en una de sus últimas corridas, antes de su retirada), José Redondo "El Chiclanero" y Cayetano Sanz.
Tal vez por ello y debido a que siempre ha habido mucha superstición en el ambiente taurino, a partir de entonces, mantendría en la Villa y Corte siempre la divisa verde y negra, igual a la de su feliz presentación y diferente y especial para este coso, mientras que ha seguido con la verde y encarnada en el resto de plazas hasta nuestros días. Esta es la verdadera razón de las dos divisas distintas utilizadas por esta vacada y no otras que se han dicho y mantenido erróneamente durante mucho tiempo.
Cada vez más animados, los nuevos ganaderos se deciden a seguir ampliando la vacada. Y en este mismo año de 1850, don Juan adquiere 100 novillas escogidas a doña Jerónima Núñez de Prado, hermana de la viuda de Cabrera, de la que ya habíamos hablado, en una entrega anterior de TERRALIA.
Y el 4 de noviembre de 1852, ya fallecida doña Jerónima, adquiere de la testamentaría de ésta un total de 519 vacas. Aunque algún autor, como José María Sotomayor, habla de sólo 172 hembras y media, según un documento oficial de la venta, que aún conserva la familia y que ya se comentó, puede que al haber vacas adultas con rastra, utreras, eralas y añojas se llegase a superar el medio millar antes dicho, lo que suponía la mayor parte de la vacada de Cabrera. En el contrato de venta también entraron seis machos y medio, lo que podrían llegar a ser unos diez utreros, que iban a poder emplearse como reproductores.
Además de todo lo anterior, en 1854 sustituyeron los antiguos sementales de Albareda por otros dos machos adquiridos a don José Arias de Saavedra, yerno de don Juan Domínguez Ortiz "El Barbero de Utrera", de raíz Vistahermosa, para abrir así las nuevas camadas y recoger diferentes características.
Tras estas últimas compras, con la piara contando ya con cerca de las setecientas cabezas, los ganaderos consideran que tienen la ganadería prácticamente completada y Antonio comienza a trabajar duramente con ella, preparando con sumo rigor las tientas, las reatas y las cruzas. Y comienzan a lidiarse los toros de Miura, escogidos por el propio Antonio cuidadosamente para cada festejo, por toda la geografía española, de forma que alcanzarán una fama y un reconocimiento especial. Pero de todo esto tendremos ocasión de hablar con más detalle en un nuevo capítulo. Hasta la próxima entrega amigos.